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LA MATANZA DE MACARIO

 y el distrito Hipotecario

 

(Romance burlesco)

 

 

Cuentan que al pobre Macario,

campesino bonachón,

le dieron por donación

de su tío Don Mariano

un magnífico marrano

el día de San Antón.

 

Sin saber cómo matarlo 

preguntó en el vecindario

por un buen veterinario

que le diera información

sobre cómo liquidarlo

y obtener mejor jamón.

 

Pero al ver cuánto costaba

Macario casi se asusta

y el muy astuto pensó

que en cambio el señor Notario,

hombre de gran formación,

no cobraba sus consultas.

 

Y allí que se fue Macario

con la mejor intención.

habló con el Notario

planteóle la cuestión.

 

Mencionó la donación

de su tío Don Mariano

y que el problema primario

era su liquidación

omitiendo por respeto

que de ambas, el objeto,

no era otro que un marrano.

 

Y así que el Notario predijo

que el objeto transferido,

pero de nombre omitido,

debía de ser un cortijo.

Y empezó el malentendido.

 

Le informó, como es su oficio,

que para mejor liquidarlo

era bueno catastrarlo,

deslindarlo, registrarlo,

incluso inmatricularlo,

y que también, a su juicio,

podría autoliquidarlo

que resulta más frecuente

pues tenía facultades

que estimaba suficientes.

 

Macario quedó perplejo

ante tan sabio consejo.

aunque un poquito confuso

por las palabras en uso.

 

¡Cuántas cosas le habían dicho

que debía hacerle al bicho!

 

Pero sí grabó en su mente

de cazurro un poco lerdo

que antes de matar al cerdo

era, efectivamente,

muy importante “castrarlo”,

mas para autoliquidarlo,

-siguió pensando con tino-,

aún no faltando razones

algo sí que le faltaba:

lo que a su cerdo sobraba

(y este verso lo elimino).

 

Así que siguió su marcha

en busca de algún valiente

que al gorrino liquidara,

hasta encontrar de repente,

justo en la acera de enfrente

nada más doblar la esquina,

-tal vez fuera en mala hora-

un letrero de “Oficina”

y además “Liquidadora”.

  

Y se entró muy decidido

pensando que aquel letrero

sería de un matadero.

(De nuevo el malentendido).

 

Y al bueno de Macario

recibióle una señora

joven, guapa, registradora

del distrito hipotecario.

 

Más turbado todavía

que cuando le habló al notario

preguntó a quien le atendía

que en liquidar donaciones

eso ¿cómo se hacía?.

 

Mas por pura cortesía

decidió omitir de nuevo,

quizá pecando de terco,

que se trataba  de un puerco

y de cortarle los huevos

por donde más le dolía.

 

Respondiéronle al momento

con intención de informarlo,

(mas causando confusión),

que para la liquidación

exige el procedimiento

traer ejemplar duplicado

pues uno será sellado

en ese preciso instante

y devuelto al presentante.

Y el otro, señor Macario,

se lo queda el funcionario

-o más bien la funcionaria-

por si aún mas adelante

procede complementaria.

 

Macario quedó perplejo

(y es la segunda ocasión)

con aquella explicación,

pues a más de ser complejo

duplicar a su marrano,

y que lo de ponerle sello

no alcanzaba a comprendello,

parecióle gran exceso,

o cuando menos, abuso,

que por una castración

hubiera que untar la mano

de un funcionario corrupto

con tan grande comisión,

(mas contuvo el exabrupto).

 

 Pero aún más le dijeron:

Que el importe de todo esto

dependía del parentesco

por razón de ser sobrino

(y él creyó que del gorrino).

 

Y que si era disconforme

con el trámite de audiencia

presentara como informe

recurso de reposición.

 

Macario perdió la paciencia,

los nervios, la educación.

 

Salió gritando con gracia:

 “Me cago en la burocracia.

Al cerdo lo capo yo”.

 

 

 

(Joaquín Delgado)

Visita nº  desde el 29 de noviembre de 2004

 

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